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Hilulis tenkay / Yicas que son canciones

Virtualmente, todos los colores de los tejidos son desde el principio lo que nosotros estamos transformando
y hoy son los tejidos de las madres.
Es donde empiezan los colores y destilan su fragancia que es mensaje. Todos los colores forman un mismo idioma,
todos los idiomas forman una misma fuerza.
Caístulo
Entre la técnica y la ceremonia, el tejer es un acto continuo que se sostiene por y en diferentes cuerpos. En idioma wichí, el tejer solo puede describirse como una acción continua: tayhin (tejiendo), un verbo intransitivo
que se puede usar también para referirse a construir, reconstruir y cicatrizar.
Demóstenes Toribio señala que las mujeres del pueblo Wichí, al enlazar imágenes, construyen, reconstruyen y cicatrizan memorias e imaginaciones que
son parte de una continuidad de largo aliento.
En Santa Victoria Este, municipio el norte de Argentina lindante con Bolivia y Paraguay, hay más de cien comunidades indígenas que conforman la
organización Lhaka Honhat, desde la cual se ha defendido este territorio durante décadas, logrando su reconocimiento legal como propiedad comunitaria de cinco pueblos preexistentes al Estado argentino. Entre ellos se encuentra el
pueblo Wichí. Dentro de este territorio viven las mujeres que conforman el colectivo Silät, nombre que es una palabra del wichí lhämtes que puede
traducirse como mensaje o anuncio.
La propiedad comunitaria propone un territorio compartido. Aunque se organice y divida para su uso, todo el territorio pertenece a todos sus habitantes, no solo a los humanos. Para el pueblo Wichí las imágenes también
son un territorio comunitario, una vertiente de imaginación común. Las imágenes tejidas son, entonces, bienes comunes y a la vez manifestaciones particulares
que se completan y significan en su uso. Quien hace un tejido puede venderlo o cambiarlo por lo que necesite, pero no por ello las formas y sus mensajes son
solo suyas. La pertenencia puede ser así transitoria y la autoría fluida. Este pueblo, como otros pueblos originarios, entiende que un mismo cuerpo puede ser
habitado por diferentes seres.
Yica es una palabra del idioma quechua. Cuentan los primeros cronistas europeos que llegaron a lo que hoy es el norte argentino que refería a un cúmulo de objetos que se guardaban como guía para la reconstrucción de un
relato autobiográfico. Curiosamente, la misma palabra se usó para nombrar a una medicina natural contra la esfumación de la memoria y también para nombrar a
una red muy delicada que solían tejer las arañas sobre algunos cultivos. Hoy la palabra yica se usa exclusivamente para nombrar a un tipo de bolsa que se lleva
en el cuerpo en la vida cotidiana. Una bolsa utilizada para guardar y cargar objetos personales y alimentos, pero no solamente. Se trata de un recipiente para la poesía del relato personal y colectivo. Las “pieles“ de las yicas son abstracciones nombradas como fragmentos de
seres vivos. Las orejas del quirquincho, las huellas del carancho, los ojos del jaguar, el lomo del suri, las semillas del chañar, la cola del pescado. Las yicas, llamadas en wichí hilulis, se han hecho por mucho tiempo para ser utilizadas en la recolección de alimentos y, desde mediados del siglo XX, como moneda de cambio para conseguir los alimentos que ya no da el monte debido a la deforestación provocada por el agronegocio y otros extractivismos.
En una charla que tuve con la tejedora y maestra Fidela Flores, de la comunidad Alto La Sierra, me señaló que las imágenes que tejen las mujeres de su pueblo son lo que pudo sobrevivir del arte Wichí tras el anexamiento al
Estado nación y los cambios que en esta cultura fueron provocados por la presencia de las nuevas religiones. Fidela me aclaraba que ellas no venden su arte, lo que venden es un artefacto-artesanía en la que se ha refugiado siempre
una red de recuerdos, una forma de imaginar que pueden llamar arte, pero que no necesariamente se corresponde con lo que se ha nombrado como arte en Occidente.
Al tejer, una mujer no sólo sostiene y continúa un legado, sino que crea y goza. Las formas coreografiadas que se repiten y se reinventan, son como el agua de una vertiente. N ́otenek es una palabra del idioma wichí que puede
traducirse como canción o cosa que se imita. Al conocerla pensé que el tejido también puede ser un canto, una interpretación de una canción que no se sabe
cuándo comenzó ni a quién pertenece, pero que se aprende y se repite para ser parte de un sostén vibrante de la memoria. Cada cuerpo la transforma al evocarla, cuando pasa por él.
Demóstenes Toribio cuenta que antiguamente se entonaban en comunidades del pueblo Wichí cantos alrededor del fuego y al son de un tambor llamado fwitsukw, en momentos especiales de regocijo o de congoja: “A menudo escuchamos cantar a los pájaros, el río y el viento, el zumbido de las abejas y el murmullo del Tayhi. Pero las tejedoras en su silencio taciturno de enlazar sus yicas
escuchan el canto del alma, el frote del hilo al apretar el punto es un canto que lleva el zigzagueo de los ojos del tejido. Por eso la yica callada es un canto, una manifestación que perdura en su propia existencia; sus colores, tamaños, motivos, son las imitaciones de los cantos, es como estar cantando mientras teje.
Se dice que las mujeres wichí vinieron del cielo. Eran estrellas que bajaron a la tierra con la ayuda de un hilo de chaguar, bromelia nativa del Gran Chaco. Les cortaron el hilo cuando vinieron a comer pescado, desde entonces tomaron la forma que hoy conocemos. Cuentan que cuando tejen con la fibra del chaguar pueden acariciar el resplandor que les arrebataron. Reciben mensajes a través de la fragancia de esta planta que enlazan creando ojos que
pueden abrirse para que el tejido crezca, se estire.
En el cuerpo-tejido, en el territorio-tejido, en la bolsa-tejido, el tejido es mensaje en el que se condensan espesuras de la memoria y sus heridas, que cicatrizan y se abren una y otra vez. Los tejidos de chaguar hechos por
mujeres-estrella, tejidos-canto que han transitado diferentes tiempos como yicas-redes. Tejidos-gritos que han crecido y mutado a consignas-banderas, que
transitan, en diferentes estadios, ferias de economía social, tiendas de diseño y, más recientemente, galerías e instituciones dedicadas al arte. En cada situación y en cada lugar estos tejidos son preguntas y mensajes. Y, también,
canciones.

Andrei Fernández

Andrei y Silät agradecen a Gema Darbo por su colaboración en la preproducción de esta exposición. A Demóstenes Toribio y Caístulo por sus enseñanzas generosas que nos guían en este andar. A Cecilia Brunson, Pablo Semán, Clara Johnston, al equipo de Proyectos Ultravioleta y a las familias de las tejedoras-autoras: gracias por su acompañamiento para hacer esta presentación posible.